miércoles, 27 de diciembre de 2017

De croquetas y sandwiches

Desde el conato secesionista en Cataluña, un montón de compañeros han tenido que estar de forma obligatoria en aquella Comunidad Autónoma. Algunos de ellos, cobrando un 80% de la dieta básica (que es una miseria para una ciudad cara de Barcelona), tienen la libertad de buscarse hotel y restaurante por su cuenta cada día de su estancia, que se alarga por meses.
Otros están forzados a permanecer en un barco atracado en el puerto de Barcelona sin tener apenas más dinero de bolsillo, dado que se supone que todas sus necesidades las cubre el catering del ferry —que no está preparado tampoco para largas estancias, pero esa es otra historia—. El caso es que, a ese grupo, para la cena de Nochebuena que, por necesidades del servicio, deben pasar alejados de los suyos, les dan esto:

Los afectados y sus responsables sindicales ponen el grito en el cielo. Están obligados a pasar fechas tan señaladas lejos de su familia, sin opción a buscar otras opciones por su cuenta y, encima, reciben ese trato por parte de quienes se supone que les han de cuidar.
La queja se extiende en las redes sociales y no tardan en aparecer contrarréplicas. Dejando a un lado a los trolls y exaltados de costumbre, destaca la de una enfermera que protestaba porque a ella no le dan de cenar, sino que se lleva “un sándwich”.
Supongo que es ignorancia o falta de empatía —solo existo yo y mis problemas—. Para eso estoy yo aquí: a iluminar un poquito las condiciones del servicio policial:
En Cataluña y en el resto de España existen policías que trabajan a turnos. Muchos han estado trabajando en Nochebuena y en Navidad. Esos han comido en sus casas o se han llevado una tartera a la comisaría. En algunas instalaciones policiales de España incluso recaudan ese día comida que luego reparten entre los más necesitados. De su sueldo, de por sí escaso para mantener una familia. A mí también me tocó en su día pasar alguna de esas fechas señaladas alejado de los míos, tomando denuncias toda la Nochevieja a borrachos y víctimas de robos y agresiones. Nadie protesta por ello.
De los desplazados, aquellos que están en hoteles pero libres de servicio han podido elegir dónde y con quién cenar, dentro de las limitaciones propias de la ubicación geográfica. Con sus magras dietas habrán tenido que poner también de su bolsillo, pero así lo han elegido. Tampoco se oyen quejas.
Los que están indignados son aquellos que están obligados a permanecer en un ferry y no tienen otra opción que cenar lo que les dan. No pueden salir. A esos les dan croquetas frías y otras menudencias.
Y no es comparable al sándwich de la enfermera ni a la tartera del bombero. El trato que se les ha dado no es digno. Los responsables de esa cena miserable tendrán que dar explicaciones.

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