jueves, 30 de octubre de 2014

El agotamiento mental es muy malo #historiaspoliciales

      El trabajo de un policía judicial requiere, sobre todo, un esfuerzo mental ímprobo. En otras especialidades, la Escala Básica está destinada a funciones menos demandantes intelectualmente (aunque agotadoras), como vigilancias o escuchas. En la UIT, hasta el último agente que ha jurado el cargo se ve inmerso en el desarrollo y hasta la dirección de investigaciones que le van a requerir que utilice lo mejor que su cerebro pueda dar.
         Nosotros llevamos en los últimos meses tal cantidad de trabajo que llegamos a casa agotados mentalmente. Hay una cantidad limitada, más o menos grande, de datos que una persona puede manejar y nos estamos acercando al límite.
         Hoy, mi día ha sido incluso más demandante porque he tenido un juicio (una situación siempre estresante, incluso cuando el acusado se conforma con la pena, como hoy), la comida ha sido para despedir a un puñado de compañeros que parten a otros destinos (en ocasiones de forma muy dolorosa, porque seguimos siendo una gran familia) y por la tarde he tenido que volver a la Brigada, que no se puede quedar vacía.
         Lo que os quiero contar me ha pasado al ir al excusado del restaurante... y en otras condiciones psicológicas no me habría pasado: he ido a evacuar, que mi pobre vejiga ya no podía más y he entrado con ímpetu. El retrete consistía en un meadero y una puerta que daba a una taza tradicional, de las que tenemos en casa casi todos. Al acceder a ese segundo lugar, no he reparado que ya estaba ocupado... y de paso he conseguido cortarle el chorro al pobre chaval (que no era de nuestra celebración) que estaba ocupado. De verdad: no he reparado en él hasta que me estaba bajando la bragueta. Vaya susto.
         La cosa no ha acabado ahí. Después de balbucear unas disculpas, he usado el urinario de pared... y apenas me había puesto a la tarea cuando se ha ido la luz (que era de tiempo). Yo pensaba que iba, como en otros sitios, por movimiento, así que, con la chorra fuera me he puesto a agitar los brazos, mientras trataba de no fallar el disparo.
         En eso, el atribulado muchacho ha acabado y, al abrir su puerta, me ha visto en la incómoda situación de los pantalones flojos y remeneando los brazos a lo locomía... Con los ojos como platos, ha pasado por detrás de mí y ha salido sin siquiera lavarse. Antes de abandonarme ha tenido la decencia de presionar el pulsador de la luz. Después se ha ido. Juraría que a la carrera.

         Me ha costado un rato reaccionar, recomponerme y salir de la forma más discreta posible... Como si no hubiera pasado nada. Afortunadamente, no lo he visto entre las mesas de vuelta con los míos.

domingo, 26 de octubre de 2014

Viaje por un mundo post-apocalíptico #historiaspoliciales

Esto de ser policía tiene a veces algo de aventura. Pocas, gracias al cielo, pero de vez en cuando alguna hay. Una de ellas fue lo más parecido a un mundo post-apocalíptico que he vivido y que lo único que lamento, ahora que han pasado ya algunos años, es no haberlo grabado en vídeo.
         Teníamos que ir a Figueras, a realizar una de nuestras investigaciones. Dado que salíamos desde Madrid, el viaje estaba estimado en unas 7 horas. Era el 8 de marzo de 2010. Las noticias por la radio avisaban que el clima no estaba precisamente propicio. Aun así, continuamos viaje. Después de todo, los malos no esperan.
         Repostamos en la última gasolinera de Repsol (el convenio policial es solo con esa empresa), a la salida de Zaragoza, antes de entrar en la AP2. Compramos algunas provisiones por lo que pudiera pasar. Si las cosas se ponían mal, al menos tendríamos algo que echarnos al coleto.
         Entramos en la provincia de Lérida a eso de las 18:30 horas. Hasta la frontera con Huesca lucía un sol espléndido. En cuanto pisamos Cataluña y se desató el infierno blanco. Al poco, las señales de tráfico estaban tapadas por la nieve, que caí­a racheada e intensa. Fuimos viendo cómo los coches se paraban en el arcén (¡craso error!) y a los camiones los iban conduciendo a áreas de descanso. Los letreros luminosos avisaban que las carreteras ya estaban cortadas, que nos volviéramos o buscásemos alojamiento por la zona. Por cierto, no estarí­a de más que se estirasen un poco y pusieran los avisos en español también, porque aunque el catalán se entiende casi todo, siempre hay algo que te pierdes... y cuando es un anuncio de seguridad, te puede costar la vida la tonterí­a.
         Hubo tramos en que no pasábamos de 60 km/h mientras las cosas se poní­an peor y peor. Ya hacia el final de la provincia y en un buen trecho de la de Barcelona la situación mejoró y oscilaba entre lluvia y firme seco.
         Todo cambió en las proximidades de la ciudad, cuando tení­amos que cambiar de la AP2 y a la AP7. Cientos de miles de coches atascándolo todo en medio de una ventisca acompañada de nieve. Los avisos de carreteras cortadas se multiplicaban. La radio ya hablaba de que miles de camioneros habí­an sido abandonados a su suerte por la Generalitat en La Junquera, y los dueños de los bares los echaban con cajas destempladas. Sólo encontraron la solidaridad de la gente del pueblo, que les dio un cobijo finalmente en el pabellón municipal. Si no, habría habido muertos con toda seguridad. ¡Y nosotros querí­amos llegar a tan sólo 20 km de ese lugar! ¿Lo conseguirí­amos? Los compañeros del Cuerpo Nacional de Policía en Figueras ya nos avisaron que la cosa estaba dificililla. Que si í­bamos a llegar de verdad. Y nosotros (yo soy aragonés y el compañero madrileño), que sí­, que por nuestros huevos. "Vale, vale. ¿Nos jugamos algo?" Nos decí­an...
         Poco a poco fuimos dejando atrás el cinturón de Barcelona y nos adentrábamos en la AP7, camino de la provincia de Gerona. Avanzábamos lentos pero al menos nos movíamos hasta que a la altura de La Roca definitivamente nos echaron. Medio metro de nieve se amontonaba en la autopista, desierta por completo. Las quitanieves hací­an lo que podí­an en las carreteras secundarias adyacentes, aunque el clima se lo quería poner difícil. Luego nos enteramos: En la AP7 habí­a caí­do un cable de alta tensión y era imposible pasar por ahí­ hasta que los operarios de la Red Eléctrica garantizasen la seguridad. De hecho, pilló a una ambulancia y la dejó bastante hecha fosfatina.
         Tuvimos allí el primer encuentro con los Mozos de Escuadra, que nos indicaron que debíamos pasar la noche en el Polideportivo habilitado de La Roca. Nosotros, empeñados en seguir, les preguntamos si se puede llegar hasta Gerona. Ni hablar de Figueras, que seguro que nos llevan al manicomio más cercano. Nuestro vehí­culo es un Renault Megane camuflado, por lo que nadie sabí­a que éramos dos maderos lanzados a la aventura. Gracias a ese coche, todo hay que decirlo, pudimos llegar. Su centro de gravedad bajo, sus ruedas anchas y su consumo equivalente al de un mechero hicieron el milagro. Porque la cosa se iba a poner chunga. Pero chunga de cojones.
         Total, que tras una hora parados, más o menos, un mozo de escuadra muy amable nos indica un camino que podría estar abierto por Sils y otros pueblecitos de la zona que no tení­a que ver con la C25 que cogí­an casi todos, sin preguntar, y que estaba tan atascada como las demás. Una opción es mejor que ninguna, así que hacia allá nos lanzamos.
         Empezamos a ver las señales de la catástrofe (las que me habría gustado grabar): camiones vencidos en las cunetas, coches abandonados en los arcenes y medianas, algunos de ellos, incluso, con las puertas abiertas. Nosotros seguí­amos entre la nieve, procurando seguir las rutas que los quitanieves habí­an dejado en el suelo, cuando éstas eran visibles. Ya no nevaba, pero las zonas más apelmazadas se estaban convirtiendo en el más peligroso hielo. A todo esto, nosotros, por supuesto, sin cadenas.
         Pasando por pueblos sin luz y silenciosos (el corte eléctrico duraría varios días), que lo mismo podrían estar abandonados, llegamos a las afueras de Gerona. Por el camino habí­amos visto las luces azules de la Policí­a Autonómica a lo lejos, cortando casi todas las carreteras menos la nuestra. ¿Quizá sí lo estaba y no lo sabí­amos? Vimos que los accesos de la AP7 a la ciudad seguían bloqueados, así­ que nos dirigimos hacia la N2. Ya estábamos en el entorno de la ciudad y parecí­amos los únicos seres vivos; más aún, los únicos motorizados. La gente habí­a salido de sus vehí­culos donde allí donde se habí­an parado, tras deslizarse por el firme: en mitad de la ví­a, ocupando dos carriles o uno, o en la cuneta Los camiones, con su gran longitud, eran a veces muy difíciles de adelantar. Y no habí­a nadie. Los dueños habí­an dejado así­ sus coches. Abandonados. Del todo. De todas las clases: Audis nuevecitos, Pandas de 1979... Como en un ataque nuclear. O zombi.
         Cogimos la N2, que no parecí­a cortada (o nadie lo indicaba). La sensación de irrealidad catastrófica se acentuó. Cada vez más y más vehí­culos habí­an quedado donde Dios les daba a entender, a lo que se sumaban árboles y ramas desgajados que obstaculizaban la carretera. En muchas zonas sólo quedaba un carril hábil para los dos sentidos. No habí­a mucho riesgo; primero, porque apenas podí­amos superar los 40 o 50 Km/h en muchos tramos; después, porque éramos los únicos en cientos y cientos de kilómetros a la redonda. Ni una luz en la carretera ni en los pueblos cercanos. Con el cielo encapotado, ni siquiera había luna. El Megane desplegaba todo el poderí­o de sus focos para tratar de contrarrestar en algo la impenetrable oscuridad.
         Así­, cautelosos en mitad de ese escenario de Guerra Mundial Z por fin llegamos a la civilización a unos 15 km de Figueras. ¡Seres vivos! ¡Camiones en marcha! ¡Coches con el motor funcionando! Aunque todos parados, hasta los quitanieves. Un par de voluntariosos muchachos de la Red Nacional de Carreteras intentaban organizar el tema y saber qué pasaba más adelante. Los Mozos de Escuadra no aparecieron hasta dos horas después. Eran las dos y cuarto de la mañana cuando nos enteramos de lo que habí­a pasado: dos camiones cruzados habí­an bloqueado por completo la ruta.
         A las dos y media volvimos a rodar, renqueantes y en caravana. Por fortuna, el desví­o a Figueras estaba próximo y por él fuimos, rumbo a nuestro destino. Las farolas de la calle alumbraban (¡por fin!), pero ni un alma en las calles, llenas de nieve. En la carretera de acceso, de nuevo coches abandonados a su suerte donde habían caído. No supimos qué fue de todos los ocupantes de tantos y tantos automóviles perdidos.
         Por fin llegamos al hotel, ambos vivos, gracias en parte a que repostamos en Zaragoza y compramos provisiones de emergencia (chocolate, galletas, magdalenas, zumos y batidos...). Si no, seguramente uno habrí­a matado al otro para comérselo en algún momento de la excursión. El hambre es lo que tiene, que es muy malo.

         Tras dieciocho horas de viaje llegamos a las 3 AM al hotel. Cerrado. Tras golpear los cristales, se asomó el recepcionista nocturno para decirnos que ¡¡no quedan habitaciones!! Ante nuestro gesto de más que visible enfado (y que debió ver nuestras pistolas entre la ropa, que no estábamos para muchas filigranas de camuflaje) recordó que había dos reservas hechas por la Comisaría cuyos ocupantes aún no habían llegado. Tras completar las formalidades, pudimos dormir calientes... poco rato, porque al dí­a siguiente tocaba trabajar, claro, que para eso habí­amos ido.

jueves, 16 de octubre de 2014

Hay que tener cuidado con dónde metes la manita #historiaspoliciales

         Los registros que hacemos en Protección al Menor tienen muy poco que ver con los que se realizan en otras especialidades. No tiramos la puerta abajo, no aseguramos la casa pistola en mano, no derribamos hasta las paredes para descubrir algún alijo oculto. No lo hacemos porque no hace falta. Ha habido alguna excepción, muy puntual y porque lo requería la situación. Este es un trabajo muy delicado y hay dos motivos por los que somos tan cuidadosos:
         En primer lugar, en la mayor parte de las ocasiones existe la posibilidad de error. En muchas ocasiones, las investigaciones tecnológicas se basan en una serie de números y puede haber un error en la transcripción en cualquier momento: nosotros, los juzgados, las operadoras...
         En segundo, normalmente entramos en casas en las que hay familias viviendo. Solo un miembro de la misma se dedica a tan abyectos menesteres, con el desconocimiento del resto. Ya van a tener bastante perjuicio al saber que conviven con alguien que se siente atraído sexualmente por menores como para encima tener que soportar molestias y el escarnio público. Más aún si hay niños. Los pequeños no deben ver a los agentes como "el enemigo". No lo somos. Al contrario: vamos a librarlos de un depredador sexual (si es el caso). No perdamos de vista que la mayoría de investigados no han dado el paso del abuso. Son meros consumidores que intercambian por el afán de conseguir nuevas imágenes.
         Somos exquisitos en nuestra labor: vestimos de paisano, no llevamos coches rotulados, no sacamos cajas con el rótulo de "Policía"... Nuestra idea es que los vecinos no sepan lo que ha pasado en ese domicilio. El estigma social de un pedófilo es muy grande y no es nuestra labor echarle encima esa cruz. Cada detenido tiene derecho a ser tratado de la manera en que menos se perjudiquen sus intereses.
         Una vez dentro de la casa, además de inspeccionar los ordenadores, buscamos otro material que pueda estar oculto en diferentes lugares de la casa. El consumidor de pornografía infantil necesita tenerla a mano, por lo que será raro que esté en un sitio de difícil acceso. Los cajones de ropa y los armarios son un buen sitio para ello... pero también para los juguetes sexuales. Ya he perdido la cuenta de la cantidad de veces que me he encontrado con uno de esos cacharros cuando estoy buscando otras cosas. Además, hay una regla para ello: si no me pongo guantes de látex (aíslan del contacto con cuerpos extraños, pero también disminuyen el tacto) con toda seguridad me voy a topar con uno. A poder ser, no demasiado limpio. ¡Es que es matemático, oiga! Y claro, con el cachondeo general de los compañeros, que ya me habían advertido que me pusiera la prenda en la mano.
         Fue en un registro en una bella localidad costera. Dos tortolitos vivían en un chalet, con un tercer tipo, más joven que ellos, que tenían "adoptado"... aunque contaban con él para las sesiones de sexo a tres bandas que mantenían.
         El día que entramos en su domicilio, un chalet sobre una colina que dominaba una pequeña playa, salió a abrirnos uno de ellos acompañado de dos perrazos que, como es habitual, eran más mansos que los propios dueños. Me lamieron un poco la mano (los perros, no el trío) y entramos todos.
         Les habíamos interrumpido en uno de sus tríos mañaneros. De hecho, los dos que quedaban dentro de la casa estaban abrazados en el sofá cuando entramos. En medio del salón había un zurullo. Avisé a mis compañeros para que no lo pisaran. Solo faltaba un resbalón en caca y acabar por los suelos... porque eso no era lo peor. La casa estaba tan sucia que no estoy seguro de que, si cayéramos, hubiéramos podido levantarnos. Por poner un par de ejemplos, la cocina era un nido de cucarachas en el que se acumulaban cacharros sucios con restos de comida en putrefacción. El tresillo, cuando lo movimos para ver si había algo debajo, levantó tal cantidad de polvo que me dio un ataque de tos y tuve que salir a respirar fuera durante un rato, que me diera la brisa marina. Solo una estancia estaba limpia: el "taller" de escultura de uno de ellos, de profesión "artista".
         Normalmente, los domicilios a los que accedemos en esta especialidad son normales, con una higiene normal. Nada que ver con ciertos tugurios que he visto en registros de drogas y de los que hablaré en otra ocasión. Ese fue una desagradable excepción, aunque no la única.
         Mi jefe encontró una bolsa de supermercado de contenido extraño en una de las habitaciones. Se la presentó al titular de la conexión a Internet, nuestro principal sospechoso en ese momento, que se puso nervioso al verla. Ante su reacción, decidimos abrirla allí mismo... Contenía un consolador XXL de doble punta, doblado y apenas contenido por el plástico. Al liberarlo de golpe, el dildo saltó hasta el techo y no le dio en la nariz al inspector de milagro. Se quedó lívido unos instantes, como si no asimilara lo que acababa de pasarle... De ahí inferimos que los zurullos que había en el suelo no eran de los perros, como habíamos creído al principio. Ningún culo que haya soportado ese grosor puede volver a cerrarse...
         Como anécdota final, cuando acabamos el registro, tras encontrar en el ordenador lo que buscábamos, el detenido tenía que firmar el acta que la secretaria judicial había levantado.
         —No tengo pluma. Si me pueden dejar una... —manifestó, con esas mismas palabras.
         —No, si a ti pluma precisamente es lo que te sobra —le respondió su pareja, si aparente atisbo de humor.

         Un incidente de pornografía infantil acaba con muchas relaciones. Ese no fue el caso. Continuaron juntos (bueno, al más joven no lo vi más; no sé si rompieron o si tan solo no los acompañaba cuando acudían a la Comisaría) y, de hecho, cuando fue condenado a dos años (con lo que evitó su entrada en prisión) se abrazaron con fuerza y volvieron a casa de la mano.

sábado, 4 de octubre de 2014

El sexálogo de buen policía

         Para trabajar todos tenemos que aprender. Ser policía no es sencillo: tiene unos requisitos previos exigentes, que incluye desde un título escolar —el requisito más sencillo— a unas condiciones anatómicas y médicas óptimas y hasta tener varios carnets de conducir; hay que estudiar mucho para superar una oposición que en absoluto es sencilla que, además, incluye pruebas físicas, psicotécnicas, psicológicas y hasta de ortografía e idiomas. También test de consumo de drogas y de enfermedades infecciosas.
         Después hay que superar un curso formativo de un año en la Escuela General de Policía en Ávila. Del desempeño en el mismo no solo va a depender el puesto al que puedas optar (dado que se elige por riguroso orden de nota), sino si vas a seguir adelante en el proceso: varias personas suspenden todos los años.
         Si también lo superas, te queda un año de prácticas en el que se actúa como agente de la ley, siempre de la mano de un veterano. La posibilidad de hacer una tontería —o incluso de tener mala suerte— y acabar fuera de la corporación es alta. Cada día es un examen.
         Si consigues superarlo, por fin, juras el cargo y eres funcionario de carrera. A partir de ahí las cosas son un poco más fáciles, aunque un buen profesional nunca se deja de aprender. Yo he tenido dos grandes maestros. Uno fue un subinspector del que ya he hablado. Solo estuve a su lado dos meses al principio de mi trayectoria y, aún así, aprendí mucho sobre la condición humana. No menciono su nombre porque no le he pedido permiso para ello y hace muchos años que no hablamos (que me enseñase no quiere decir que fuera mi amigo).
         El otro era inspector cuando entré en la BIT. Hoy ha ascendido a inspector-jefe y está al cargo de la Sección de Protección al Menor, Luis García Pascual. Con él he pasado diez largos años de investigaciones sencillas y complicadas, de detenciones, de juicios, de viajes nacionales e internacionales. A él sí puedo llamarlo, con orgullo, mi amigo.
         Recupero para el blog un mensaje que publiqué hace ya un año y medio en Facebook y que resume alguna de las lecciones más valiosas que me ha enseñado (aunque unas cuentas las traía ya aprendidas por simple ética):
         1) La violencia se usa cuando hace falta: cuando alguien la va a usar contra terceros, contra ti o contra sí mismo, para impedírselo. No se agrede nunca a un detenido esposado.
         2) No te empeñes en acusar contra viento y marea a quien tú crees culpable. Encuentre las pruebas y preséntalas. Si no las tienes, admite que ha sido más listo que tú... o que quizá no sea tan culpable como piensas.
         3) Las 72 horas de detención son un tope, no una regla. Haz las diligencias en el tiempo más breve posible y pasa al detenido a disposición judicial o ponlo en libertad. No eres juez. No decides sobre la libertad de las personas. Si piensas "eso es todo lo que se va a llevar" es que no estás haciendo bien tu trabajo.
         4) Cuando hay un delito sin resolver que implica gente en peligro, no hay horarios ni familia ni traba alguna que te impida cumplir con tu obligación de rescatarla.
         5) Tienes muchos recursos a tu disposición: úsalos sabiamente pero no dejes ninguno sin tocar que te pueda ser útil.
         6) Intenta ponerte en el lugar del otro siempre que puedas, tanto para entenderlo como para descubrirlo.

         Así es como nos comportamos en este trabajo. Mucho más prosaico, menos llamativo que las películas. Alejado de los tópicos que algunos asumen como reales en la Policía. Y funciona. Cada día.