miércoles, 28 de mayo de 2014

No es posible engañar a una madre

        
 Una madre es una madre y es muy difícil engañarla. En una ocasión, en una ciudad costera, detuvimos a un hombre que tenía dos líneas ADSL en casa para poderse descargar más contenido pornográfico infantil. Era la época en que el ancho de banda que se podía conseguir era un mega (con suerte) y por eso la obsesión del individuo (que acabó condenado a 7 años) en conseguir más capacidad de descarga.
         Lo pillamos cuando bajaba a la calle, a comprar, acompañado de su anciana madre. Como todavía no estaba el secretario judicial disponible, les explicamos que tenían que quedarse con nosotros y que no podían volver al domicilio hasta entonces (debido a la alta posibilidad de destrucción de pruebas). El investigado aceptó con resignación su destino, pero no así la señora que, a pesar de su provecta edad, incluso llegó a forcejear con mi compañero, un inspector que apenas llevaba unos meses en el grupo. ¿El motivo? La casa estaba desordenada, las camas sin hacer... no estaba en condiciones de que nadie la visitase. Eso estaba por encima de cualquier otra consideración. "Ni registros ni registras"...
         Es parte de la labor de todo policía tener un cierto conocimiento de la psique de las personas, saber cómo actuar según quien tienes enfrente. En esa ocasión yo estaba seguro de que la buena mujer no iba a llevar a cabo ningún acto dañino para el procedimiento. Después de que mantuve una breve charla con el inspector, éste, un poco perplejo pero confiando en mi experiencia, accedió a permitir que subiese a dejar el piso presentable...
         Nosotros nos quedamos a solas con el investigado. Era un hombre que pasaba de los treinta y que siempre había vivido en casa de los papis, a pesar de tener un trabajo estable.
         —Les tengo que pedir un favor —nos rogó, mientras esperábamos—. Yo soy gay, ¿saben? Lo soy de toda la vida, aunque en mi casa no lo saben. Les ruego que no se lo digan a mi familia. Cuenten lo que quieran, pero eso no.
         —No estamos aquí por eso —le expliqué, como a tantos otros antes que a él—. Que te gusten los hombres o las mujeres nos da exactamente igual, pertenece a tu privacidad. Hemos venido porque estás distribuyendo fotos de niños violados. Por supuesto que no le explicaremos ni lo uno ni lo otro a tu madre, que ya eres mayorcito. Explícale tú lo que te parezca oportuno.
         Así lo hizo. Se inventó una inverosímil historia sobre descargas de películas a través del eMule y pidió que su mami no estuviera presente. Encontramos la de Dios en los dos ordenadores y en centenares de cedés. Al acabar, los compañeros de apoyo se lo llevaron y el inspector y yo nos quedamos tranquilizando a la familia —dentro de lo posible—.
         La anciana, que había sido muy amable y nos había agradecido nuestra discreta forma de portarnos (lo de permitirle limpiar y hacer las camas antes de que subiéramos le había llegado al corazón), me cogió en un aparte y me dijo:
         —Esto es por lo de que a mi hijo le gustan los hombres, ¿verdad?
         —No —le solté, apurado—. Eso no es un delito en España.
         —Ya, bueno... a mí no me engaña... treinta y dos años, nunca ha tenido novia y los amigos que se traen a casa tienen más pinta de bujarras aún que él —sí, dijo "bujarras"...—. ¡Qué me vas a contar! ¡Que soy su madre!
         Preferí limitarme a asentir. Hay momentos que no sabes qué es mejor o qué es peor... y es que este trabajo tiene dos momentos especialmente duros: hablar con las víctimas y hablar con las familias de los autores. Aquella no fue la peor pero, aún así, me tocó la fibra.

         Cuando salió el juicio y lo condenaron, tras llegar a un pacto con el fiscal, no pude dejar de pensar en aquella anciana señora.

sábado, 17 de mayo de 2014

El peculiar reincidente que siempre abría la puerta

         El amigo de la historia anterior es un viejo conocido. Ya lleva cuatro visitas a los calabozos y un par de condenas en firme, algo que no le disuadía de volver a las andadas una y otra vez. Confía en que su enfermedad le siga manteniendo fuera del talego un poco más. Eso a pesar de que le ha costado su familia y cualquier clase de estima social que pudiera tener en el pasado.
         Nuestros encuentros con él, por algún extraño motivo, siempre están llenos de peculiaridades, aunque ninguna llega el nivel de marcianidad de aquel segundo registro.
         El primero ocurrió cuando gran parte de los expertos de la BIT, yo incluido, estábamos en un curso de análisis forense. Los que quedaban formaron un equipo conjunto para llevarlo a cabo. Su primer "enfrentamiento" fue con el secretario judicial.
         —¿Qué coche traen ustedes?
         —Un Citroën C3 —respondió el inspector, un veterano con ya muchos años de servicio a sus espaldas por diferentes lugares de España.
         —¡Vaya! ¿Y no tienen otro?
         —Pues no. Es el que hay.
         —Bueno, pues al menos tráiganlo limpito para venirme a recoger, ¿eh?
         —Así se hará.
         Aquel policía era un hombre tranquilo que se limitó a encogerse de hombros. Otros con menos paciencia hubieran salido un poco exasperados. Los vehículos que tenemos son los que tenemos y tienen que servir para todo. El C3 que teníamos en aquella época era digno y cumplía su función —y, por supuesto, se limpiaba, que no nos gusta meternos en pocilgas—. La Ley de Enjuiciamiento Criminal no exige que los agentes recojan a la Comisión Judicial, aunque lo hacemos por norma. No nos parece correcto que tengan que buscarse su propio medio de transporte ni causarle más gasto a la Administración en taxis.
         El caso es que, cuando mis compañeros llegaron al domicilio y lo pillaron in fraganti, el tipo prorrumpió en exclamaciones... digamos peculiares.
         —¡Qué putada, tío, qué putada! —exclamaba, dando saltos y tirándose del pelo, a pesar de sus problemas de movilidad—. ¡Ayer mismo! ¡Ayer mismo!
         Cuando por fin consiguieron tranquilizarlo explicó a qué se refería: alarmado por las noticias que salían en la tele un día sí y otro también sobre nuestra acción, había decidido borrar toda su colección de niños sometidos a abusos. Sin embargo, los días pasaban y no nos presentábamos en su casa. Así, al final, volvió a las andadas... justo el día anterior a que se autorizase la entrada en su domicilio.
         Al acabar, agradecido por cómo le habían tratado —nuestro comportamiento es siempre exquisito, que no es nuestra labor juzgar ni menospreciar, sino aplicar la ley—, les quiso dar la mano uno por uno a todos los miembros del dispositivo.
         El último encuentro con él, hasta el momento, fue todavía más... llamémoslo peculiar:
         Ya teníamos la información necesaria e íbamos a ir solo a citarle para el día siguiente, que acudiese con su abogado a dar explicaciones sobre ciertas actividades recientes en un cibercentro cercano a su casa (en la que no disponía de Intenet). A esa misión acudieron una inspectora y un policía.
         Llaman a la puerta y, tras un tiempo de espera, se descorren los cerrojos y aparece su cara somnolienta. Ya les conocía de anteriores encuentros.
         —Díganme, agentes...
         —Pues mire, Eufrasio Fulánez —comenzó la agente—, le entrego esta citación oficial que...
         —¡Me cago en todo lo cagable! —interrumpió el policía, un veterano acostumbrado a cerciorarse de todo su entorno para evitar sorpresas desagradables, herencia de sus años en destinos más complicados.
         La compañera dio un respingo y le miró con cara de susto.
         —¿Qué... qué pasa?
         —¡Que tiene la chorra fuera, jefa, eso pasa!
         Efectivamente, el tipo había abierto la puerta con el pene por fuera del pantalón del pijama. Por fortuna, en aquella ocasión no había decidido dar la mano a ninguno de los actuantes, no fueran a confundirse de miembro a la hora de estrecharla. También por suerte, pero para él, la inspectora no jugó a "no se mea en la tapia del convento"...
         —¡Pero qué cerdo es usted! —le espetó entonces, indignada— ¿No le da vergüenza? ¡Tápese, tápese!
         El hombre maniobraba como podía para devolver el miembro al interior de sus ropas. Nunca supieron si fue intencionado o accidental.
         —Jefa, ¿no te habías dado cuenta? —preguntó el policía, cuando ya bajaban las escaleras.
         —¡Qué va, chico! Es que yo soy mucho de mirar a la cara a la gente cuando hablo con ellos...

         Por cierto, al día siguiente, duchado y trajeado, se presentó en Comisaría con su abogado. Fue su cuarto paso por un calabozo.

jueves, 15 de mayo de 2014

Nido de cuervos en las redes sociales

Antes de ayer, el Ministro del Interior "ordenó" a la Policía perseguir "los comentarios injuriosos" en Twitter, a raíz del asesinato, por otra miembro del Partido Popular, de la presidente de la Diputación Provincial de León (y otros doce cargos más).

Obviamente, no se pudo llevar a cabo: las injurias sólo las puede denunciar la agraviada —que está muerta— y, además, mediante querella (que representa contratatar a un abogado y a un procurador y presentarse como parte en la causa).

Así, pues, ayer, Fernández Díaz se reunió con el titular de Justicia, Alberto Ruíz-Gallardón para proponer un cambio legislativo y perseguir los comentarios "que incitan al odio". Supongo que el ministro conoce el actual Código Penal y ya sabe que hay artículos a ese respecto, como el 510: "Los que provocaren a la discriminación, al odio o a la violencia contra grupos o asociaciones, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia o raza, su origen nacional, su sexo, orientación sexual, enfermedad o minusvalía...". Si ya existe un artículo así, entonces, ¿qué es lo que propone?

Dejando a un lado teorías conspiratorias (quieren limitar nuestra libertad de expresión, etc), desde mi punto de vista lo que se intenta tiene que ver, tan solo, con una reacción "en caliente": han matado a una de los suyos (aunque lo haya perpetrado otra de los suyos) y les duelen los comentarios jocosos que se han levantado al respecto. Los mismos comentarios, por otro lado, que han ocurrido en España cada vez que hay un muerto. Somos así de macabros.


Cuando un inmigrante se prendió fuego vivo delante de la Delegación del Gobierno en Castellón y hubo miles de fotomontajes y chistes macabros al respecto, nadie movió un dedo para cambiar la legislación. Tampoco se busco darle características de delito que, posiblemente, las tenían más que en la actualidad.


Cuando falleció Santiago Carrillo (junto con, entre otros, su gran enemigo en el pasado, Fraga, artífices de nuestra actual Democracia), los habituales se "alegraron" y hasta "celebraron con champagne". Curiosamente los mismos que hoy se rasgan las vestiduras.



¿Hay un delito en la alegría de Antonio Fernández por una muerte? No, en absoluto. Solo faltaba que el Estado empezase a preocuparse por lo que cada ciudadano piensa. Eso nos metería en el 1984 de Orwell de cabeza. Además de ser muy difícil de probar, claro... O muy fácil, si todo vale.


Las mal llamadas "tertulias" de la TDT party son un nido de odio y rencor sin precedentes, al menos en los años de la Democracia. Su efecto se ve claramente en los mensajes telefónicos de pago que aparecen en la parte inferior de la pantalla: es decir, podemos ver una relación clara causa-efecto entre sus proclamas y el efecto en la sociedad. Tampoco pasa nada con ellos, ni se les acusa ni persigue.


¿Dónde comienza, entonces, el delito? ¿En qué punto?

El Código Penal es muy claro. No es lo mismo decir "me alegro de que la hayan matado", que es algo que califica moralmente a quien lo dice, que "vamos a matar a otras, ahora que se ha levantado la veda". En ese segundo caso ya se está proponiendo un homicidio. Puede ser un delito de amenazas o uno, incluso, de proposición para asesinar, más grave, si se llevan a cabo algunos pasos preparatorios (comprar armas, vigilar personas...).

Tampoco es delito "ojalá te maten" u "ojalá te mueras"... ni "desería que el GRAPO volviese para matarte". No lo es. No se está dando NI UN PASO para que esos hechos puedan ser realidad. Diferente es "voy a formar un nuevo comando del GRAPO para asesinarte". Se ve claro, ¿no?


Yo supongo que, como en tantas otras ocasiones, este "calentón" pasará y las cosas volverán a su cauce, con trolls y maleducados en Twitter y en todas partes... y no pasará nada, no tendrá más relevancia —que tampoco debe tenerla—.

Si continúan, habrá que estar muy atentos al texto y espíritu del nuevo articulado. No sería de extrañar que Jiménez Losantos y demás de su cuerda acabaran en prisión de manera injusta —y eso que él sí que esparce odio de manera efectiva, aunque solo sea por el número de seguidores—. Supongo que una ley que diga "solo es delito si insultan a los de mi cuerda" no quedaría muy elegante en el Constitucional.

En fin. Ya veremos.

miércoles, 7 de mayo de 2014

El asombroso registro más marciano de la historia

EL ASOMBROSO REGISTRO MÁS MARCIANO DE LA HISTORIA
         En aquella ocasión nuestro objetivo era un reincidente que ya había sido detenido por pornografía infantil en el pasado y, de hecho, hasta condenado en firme estaba. Como la pena era inferior a dos años, había sido suspendida siempre que no reincidiera... cosa que, obviamente, sí hizo.
         Desde que alguien le denunció, tuvimos claras sospechas de que era él, dado que su modus operandi era el que ya conocíamos: meterse en canales sadomaso en los que se hacía pasar por una niña esclavizada por sus cuidadores... todo ello aderezado con imágenes de niñas abusadas sexualmente que se bajaba de Internet. La investigación confirmó nuestras sospechas, así que para allá que fuimos una tarde de viernes...
         La cosa ya empezó rara: teníamos otro caso en ciernes y el Juzgado que la llevaba se empeñó que la hiciéramos precisamente aquel mismo día y a la misma hora, así que tuvimos que dividir nuestras escasas fuerzas y pedir apoyo al otro grupo de Protección al Menor, dado que nos quedábamos sin personal (¡ni vehículos!) para ambos operativos.
         Aquel día a mí, en solitario, me tocó ir a buscar a la señora secretaria judicial, mientras que la inspectora y otro compañero montaban la vigilancia en el domicilio. La función de la jefa era tantear a la mujer del investigado, por si realmente existiese la supuesta niña explotada. Cosas más raras se han visto.
         La secretaria había tenido, hacía algún tiempo, un accidente de tráfico que le dejó lesiones neuronales severas. Se había pasado un año sin hablar hasta que aprendió de nuevo a hacerlo... y estaba compensando. Creo que jamás he estado al lado de alguien que largase tanto en tan poco tiempo. Además, debido a esos problemas algunas veces me costaba bastante entenderla, así que me limitaba a sonreír y asentir educadamente. ¿No es la mejor manera de no meter la pata?
         Pues no, no lo es. Sobre todo cuando me dijo:
         —Soy un poco pesada, ¿verdad? No paro de hablar cosas sin mucha importancia...
         Y yo, que no había entendido más que "importancia", sonreí una vez más y asentí educadamente de nuevo...
         —Así me gusta. Qué chico tan sincero...
         Entonces caí en la cuenta... Pero ya sabéis que, en ocasiones, es mejor callar en vez de abrir la boca y cagarla del todo... Si le decía que vocalizaba peor que Fraga diciendo trabalenguas igual mal. Si admitía que no callaba ni debajo del agua, peor... Así que hice lo único que podía: sonreír y asentir educadamente. O algo.
         Una vez todos juntitos frente a la casa de nuestro viejo conocido, llamamos a la puerta. Abrió la esposa, que no entendía muy bien qué hacíamos allí tres policías y una funcionaria del Juzgado. Por detrás, más bajito, asomaba la cabeza del investigado, a veces sobre un hombro, a veces sobre el otro. En cuanto nos reconoció, salió zumbando hacia el interior de la casa... algo muy notorio para alguien que tenía serios problemas de movilidad debido a una enfermedad que lo había convertido en pensionista con apenas cuarenta años.
         El compañero y yo nos miramos sorprendidos y, una fracción de segundo más tarde, apartamos a la señora, que seguía sin entender qué carajo pasaba —su marido jamás le había contado que tenía una sentencia firme en su contra— y nos lanzamos tras él. Cuando llegamos a su altura ya estaba en el ordenador y había cerrado casi todas las ventanas. Efectivamente: se dedicaba a fabular complicadas historias de niñas esclavizadas, aderezadas con imágenes ad-hoc. Le apartamos después de un leve forcejeo. Todavía no nos explicamos cómo pudo ser tan ágil.
         Antes de empezar la inspección del ordenador la secretaria se acercó a la buena mujer, que no salía de su asombro:
         —Su cara me suena de algo, ¿es posible? ¿No trabajará en Justicia?
         —No. Soy enfermera y trabajo en rehabilitación en el Hospital Provincial...
         —¿Con accidentados de tráfico?
         —¡Sí!
         Resulta que sí que se conocían: era una de las personas que estuvo involucrada en su recuperación tras la colisión que la tuvo un año de baja... A partir de ahí entablaron una alegre charla... Alegre, sobre todo, por parte de la funcionaria, que la otra ya tenía bastante lo que le estaba pasando.
         A medida que fueron saliendo las imágenes que guardaba en el ordenador, que había intentado esconder con procedimiento bastante burdos que tal sirvieran para su familia, pero no para vosotros, la esposa se fue indignando más y más.
         —¿Es cierto eso de que ya te han condenado por cosas así?
         —Sí. Hace un par de años...
         —¡Pero cómo no me lo has contado! ¿No crees que podría ser relevante en nuestra relación? ¿Y tus hijos?
         El hombre se ahogaba en murmurar excusas sin sentido. Nosotros (los que no estábamos mirando el ordenador), bastante teníamos con evitar que llegasen a las manos. Concretamente las manos de ella en el cuello de él...
         La inspectora aprovechó para apartarla y, en otra habitación, preguntarle con discreción si existía la famosa niña esclava... pero la buena mujer tenía otras ideas en mente:
         —¿Y por qué le da a mi marido por estas cosas? ¿Sabe? Si en la cama funciona bien... Si me coge y me da así y...
         —¡Señora, por favor! No necesito esa información... ¡Por Dios, cíñase a lo que le pregunto!
         Al acabar con el ordenador que usaba el detenido, preguntamos si había algún otro en el domicilio. Efectivamente, lo había: era el utilizado tan solo por el hijo mayor de la familia, que se encontraba en ese momento estudiando en la Universidad. Era un maquinón impresionante en el que no pensábamos que apareciera nada... pero teníamos la instrucción judicial de mirar todos los computadores presentes... así que lo hicimos y, para nuestra sorpresa, empezaron a salir vídeos bastante más duros... En resumen: al padre le gustaban las imágenes light de niñas y a su hijo, con los dieciocho recién estrenados, las hard de niños. Vamos, que nos llevamos a dos detenidos por el precio de uno.
         Si ya estábamos escasos de personal y de vehículos, trasladar a dos escapaba a nuestras posibilidades. Tuvimos que llamar a la Brigada y que los chicos de Fraudes acudieran con otro coche más para llevarse a uno de ellos mientras nosotros hacíamos lo propio con el otro...
         —No entiendo cómo te puedes dedicar a ver algo así —le dijo el padre al chaval mientras esperábamos que llegasen nuestros compañeros.
         Desde luego, no era la persona más indicada para dar lecciones de moral...
         Tan marciana aventura no acabó ahí. A los pocos días, la esposa, envalentonada por su "amistad" con la secretaria, llamó para exigir que le devolviéramos el material que habíamos intervenido, que le había resultado muy caro y no estaba para esos dispendios.
         —Verá... lo que nos llevamos es una prueba judicial de un delito. Hasta que no salga el juicio no se podrá devolver... y aún así, si resultan culpables habrá que destruirlo...
         No quedó muy conforme y lo intentó un par de veces más... con el mismo nulo éxito.
         Unos meses más tarde volvió a insistir: entonces quería que sacásemos a su marido de casa, porque deseaba divorciarse y no lo quería más junto a ella... Definitivamente, no tenía muy claro cuál es la función de la Policía ni de la Brigada de Investigación Tecnológica.

         Por esos hechos nuestro amigo fue condenado de nuevo, naturalmente... y no sería la última, porque la siguiente vez que nos cruzamos también dio para anécdota. Por cierto, el hijo también recibió una sentencia en contra, incluso antes que su progenitor, aunque de él nada más hemos sabido. Espero que aprendiese la lección y eligiese rectificar...

sábado, 3 de mayo de 2014

El extraordinario caso de la madre que quería enmarronar a su hijo

EL EXTRAORDINARIO CASO DE LA MADRE QUE QUERÍA ENMARRONAR A SU HIJO

         Normalmente, siguiendo un instinto primitivo, las madres protegen a sus hijos más allá de lo que la lógica y el propio deber dictan. Ya lo hemos visto por encima y volveremos a verlo en el futuro: defienden lo indefendible y sufren crisis nerviosas en cuanto nos llevamos al hijo delincuente. Sin embargo, la historia de hoy es bastante diferente.
         El asunto ya empezó extraño. Antes de entrar en un domicilio debemos asegurarnos de que el delincuente vive ahí, por lo que hacemos las gestiones oportunas para ello, que pueden ser de lo más variado y que no voy a discutir aquí por no dar pistas. Baste decir que en aquella ocasión nos limitamos a llamar a la puerta para preguntar, placa en mano. Lo raro, lo que nunca nos había pasado ni nos ha vuelto a pasar, es que la madre se negó a abrir. Usó la mirilla y reparó en nuestras identificaciones, pero le dio igual.
         —No, no. No les digo ni mi nombre. Si quieren algo, que me manden una carta certificada de la Comisaría.
         Y ahí nos quedamos... No hubo forma de hacerla razonar. Tuvimos que utilizar otros métodos para cerciorarnos de que íbamos a entrar donde debíamos.
         Con todo claro, el día de autos, mientras esperábamos al secretario judicial, que estaba en otro registro, detectamos que salía el presunto responsable, hijo menor de la mujer que no abría. Teníamos la opción de dejarlo volver a su casa o interceptarlo y estar con él hasta que se pudiera ejecutar la diligencia.
         —Vamos a cogerlo —dijo mi compañero—, que si se encierran tenemos que tirar la puerta abajo y no es plan de hacer ese destrozo...
         Así, pues, nos identificamos y lo interceptamos. El chico iba vestido con un chándal, sin documentación alguna encima, tan solo 1 euro para comprarse una Coca-cola en el colmado de la esquina.
         —Yo me quedo con ustedes —nos dijo—, pero en casa me van a echar de menos. Les he dicho que solo bajaba un momento.
         Eran las once de la mañana.
         La cosa se complicó y comenzó a alargarse: las doce... la una... las dos... las tres... Nosotros no sabíamos ya de qué hablar con él —estaba enrocado en que no se había descargado nunca nada de ese tipo de contenidos— y, por su parte, el muchacho estaba que temblaba por lo que en su casa pudieran pensar que le había ocurrido...
         Finalmente, a las tres y media de la tarde pudimos entrar, con sus llaves y la comisión judicial. La señora estaba haciendo la comida.
         —Mamá, vengo con la Policía, que dicen no sé qué de un registro.
         —Serán lo que vinieron el otro día. ¡Qué pesados! Ya les dije que no tenía nada que hablar con ellos...
         —Mire —anunció el secretario del juzgado—, se ha acordado el registro de este domicilio. Aquí tiene el auto dictado, léalo con detenimiento y si tiene alguna pregunta...
         —¿Por qué es este registro?
         —Por pornografía infantil, señora.
         —¿Pornografía infantil? Eso mi hijo, el pequeño —señaló con un dedo acusador a nuestro acompañante involuntario—. El mayor no, que trabaja y no tiene tiempo para esas cosas...
         Nos quedamos todos con los ojos como platos... incluido el acusado que tenía los ojos a punto de salirse de las órbitas de la incredulidad.
         —¿Yo? ¡Mamá, por favor!
         —¿Lo ha visto alguna vez?
         Si ese fuera el caso, miel sobre hojuelas: la cosa iba a durar poco.
         —No, no, qué va... pero tiene que ser él, seguro, que se pasa las horas muertas en el Internet ese.
         —Tendremos que ver los ordenadores de la casa —explicó el jefe del dispositivo—. ¿Le importaría decirnos dónde están?
         Tenían tres ordenadores, montados en red, uno para cada miembro de la familia. Nos pusimos en dos a la vez. Mientras el inspector al mando escudriñaba el del sujeto en cuestión, yo hacía lo propio con el de la dueña de la casa, para ir ganando tiempo. No aparecía nada en ninguno de ellos. En esas estábamos cuando la madre se me acerca y me dice al oído, en tono confidencial:
         —Yo lo conozco bien, que es mi hijo, y tiene cara de culpable. Miren, miren bien porque seguro que lo ha hecho.
         —¡Señora por favor! ¡Que es carne de su carne!
         Más tarde supimos que el investigado se había descargado por error el archivo en cuestión y lo eliminó al ver lo que era, así que no había delito alguno. A veces esas cosas pasan —más antes que ahora, que nuestros procedimientos mejoran día a día.
         Al acabar y despedirnos, la mujer se extrañó:
         —Ah pero... ¿no se lo llevan?
         El pobre chaval ya no sabía qué cara poner ante las acometidas maternas.
         —No. Esta tarde puede pasarse para que le hagamos unas preguntas, pero nada más. No tenemos nada en su contra.
         —¡Pues vaya! Yo esperaba que fuese a la cárcel, a ver si allí aprendía un poco lo que es la vida. Con un poco de suerte, hasta se sacaba alguna carrera...

         No he sabido más qué fue de aquella familia. Supongo que el chico aquel no duraría mucho viviendo con esa madre. Al menos yo, en su lugar, me habría largado con viento fresco.